LETRAS

LAS FOTOS

“Cierto día salí con mi cámara a realizar unas fotos. Había comprado un lente nuevo y decidí que una tarde nublada y triste era un buen momento.
La luz es muy especial y el paisaje urbano se torna misterioso; las cosas pierden contornos y los matices se vuelven difusos.
Desde el bajo comencé a caminar, subiendo por H. Yrigoyen. Corte por la Plaza de Mayo, para salir a la avenida más europea. Los arboles desnudos extendían sus ramas en plegarias sordas. Los transeúntes anónimos deambulaban como espectros sin anclas.
Gatille una ventana. Una fachada. Un diariero que encerraba en sus manazas un inofensivo café. Una abuela que ponía de manifiesto el drama generacional luchando con un celular. Una tropa de “blancas palomitas”, cuya única preocupación era no volver a clase.
Un edificio gris, con su fachada de estilo francés me cautivo. Apunte mi cámara haciendo foco en la cúpula, muy ornamentada. Era un conjunto de esculturas, que me resultaron exquisitas por su terminación realista. Había cuatro; dos a cada lado. Desde la avenida no eran muy visibles por lo que me vi obligado a realizar un rodeo por una calle lateral. Una vez en foco observe que las figuras estaban como agazapadas, con sus alas plegadas en la espalda. Tenían una expresión severa y adusta. Una. Dos. Tres fotos.
Me despedí del edificio y continué caminando hasta agotar la película.
Sentado en casa contemplaba las fotos. No estaban bien. La mayoría eran pruebas de luz y distancias con el teleobjetivo. Pero había tres fotos, las cuales continué analizando un largo rato. Me parecían increíbles.
Las había colocado una al lado de la otra, en secuencia y mostraban como una de las figuras giraba la cabeza y me observaba”.


EL ROBADOR

“Los veranos en la ciudad de Buenos Aires son casi insoportables. Pasadas las nueve decidí salir a caminar y puse rumbo hacia la costanera sur.
Estacione el auto sobre la plazoleta frente al monumento de Lola Mora. Había mucha gente que sufría de un enero impiadoso. Caminaba muy tranquilo y agradecía esa brisa del río que cada tanto disipaba la mortaja de Celsius que me rodeaba.
Varias parejas estaban tomando algo fresco, había abuelos, grupos de amigos con una guitarra y cerveza. Camine varias cuadras, cruce la glorieta y decidí bajar.
Chicos con bicicletas zumbaban entre la gente, haciendo caso omiso de los gritos de los padres; otros con patines, intentaban hacer alguna pirueta, estrellándose contra el cemento.
Encontré también un abuelo con su nieto que arrojaba insistente un pequeño robador. Cada vez que traía el aparejo el chico saltaba de alegría y se agachaba para poder ver mejor que cosas venían. La mayoría de las veces eran bolsas, latas, pedazos de ramas. Otra vez al agua. Otra vez recogía. Otra vez al agua. Esta vez se trabo en algo.
Me acomode en la escalinata, en el medio (las puntas tienen mal olor por que allí orinan) y encendí un cigarrillo.
El anciano luchaba con algo que se había enganchado. Caminaba para acá, luego para allá. Desistió. El chico lo miraba ansioso, quería ver que sucedía al otro lado. El viejo empezó con los forcejeos otra vez. Le pego un tirón a la cuerda y esta se aflojo. Traía otra vez el robador; el chico aplaudía de alegría.
Una nube de mosquitos me rodeaba a pesar del humo del cigarrillo.
El anciano se agacho para recoger los últimos metros de soga, el gancho ya casi estaba en la orilla.
Mientras dábale una ultima pitada al cigarrillo oí un fuerte chapoteo. Vi salir del agua un tentáculo oscuro que envolvió al viejo por los hombros y con una velocidad espantosa lo arrastro.
La única evidencia de esto eran unos camalotes que bailaban desordenados sobre la superficie y un gancho.
El chico a los gritos fue a buscar a su padre para que nuevamente tire el robador”.


LA PAREJA

“ Para disfrutar del hermoso día compre unas facturas y cruce al parque. Disponía de unas horas antes de ir a clase; trate de encontrar un lugar más tranquilo, pero al mediodía es casi imposible. Esto es bien sabido, pero también es pasajero, ya que al cabo de un rato todos los que salieron a almorzar deben retornar a sus cubiles laborales.
Así que, resignado, me ubique cerca de un banco.
El manicero gritaba en vano, mientras un grupo de palomas gorjeaba pausada- mente. Una bocina histérica. El oficial que giraba la cabeza para seguir una mínima pollera.
Estaba leyendo y cada tanto levantaba la cabeza para ver en derredor. En el banco cercano había una pareja mayor con un paquete de maíz que dispensaban lentamente, provocando un caos colombófilo.
Continúe en mi lectura por un rato hasta que una conversación se filtro en mis oídos. Levante la cabeza y había un anciano sentado en el banco. Hablaba y gesticulaba, pero estaba solo.
La soledad produce raros efectos en las personas, pense y me iba a cambiar de lugar, pero estaba por irme. Trate de hacer un esfuerzo y continuar con el apunte que estaba leyendo. Imposible no escuchar lo que decía este hombre. Mire el reloj; guarde el texto, me colgué la mochila y me acerque.
- ¿Esta bien?- le pregunte.
- Sí. por que no habría de estar bien – me respondió con una sonrisa.- Estoy hablando con mi prometida. Mi futura esposa.
- Claro – Me acomode la mochila y me levante. Me toco el antebrazo y me dijo:
-¿Quiere saludarla?
- Ah... Buenas Tardes- Me incline hacia la nada, luego hacia el anciano y después puse rumbo al subte.
Mientras cruzaba la plaza, gire la cabeza y el anciano continuo hablando y gesticulando. Debo confesar que la situación no me pareció ridícula en ningún momento. Entonces corte unas flores del cantero y me volví hacia el banco.
- Señorita estas flores son para usted- dije al aire – y espero que ambos sean felices.
Cuando extendí la mano con la ofrenda, el pequeño ramo se elevo con la intención de sentir su aroma.
- Gracias – dijo una voz femenina
Mas luego desapareció cobijado por mantos invisibles”.


EL DEDO

“El otro día caminando por la avenida de Mayo, veo delante mío un señor, uno mas entre todas las almas anónimas que pueblan esta ciudad. Cruzaba Tacuari y veo que otra persona, un anciano desgarbado, que venia en sentido contrario.
Delante mío caminaba el hombre trajeado, cuando al cruzarse con el anciano, este ultimo lo apunto con el dedo. Este gesto seria algo común sino fuera porque el hombre señalado se evaporo en el aire con un sordo “clap”. Automáticamente me hice a un lado, esquivando ese lugar vacío y continúe caminando, al igual que todos los demás. Pero dos cuadras después reflexione sobre los peligros de ser señalado por alguien en plena calle y a mitad del día.
Puede resultar demasiado peligroso y es preferible ir prestando atención a aquellos que nos rodean, para evitar evaporaciones impensadas